Elogio a Santo Tomás II
Es necesario aclarar aquí dos cosas. En primer lugar, para la tradición aristotélica, comprender las cosas no significa estudiarlas experimentalmente: basta comprender que las cosas cuentan, la teoría pensaba el resto. Muy poco, si se quiere, pero ya un buen salto adelante respecto al universo alucinado de los siglos precedentes. En segundo lugar, si Aristóteles debía ser cristianizado, era necesario conceder más espacio a Dios, que se hallaba bastante apartado. Las cosas crecen por la fuerza interna del principio de vida que las mueve, pero será preciso admitir que, si Dios se toma en serio todo ese gran movimiento, sea capaz de pensar la piedra mientras ésta se va convirtiendo en piedra por su cuenta, y que, si decidiese interrumpir la corriente eléctrica (que Tomás denominaba «participación»), se produciría el block out cósmico. Por consiguiente, la esencia de la piedra está ya en ella y es aprehendida por nuestra mente, que es capaz de pensarla, pero existía ya en la mente de Dios, que está lleno de amor y pasa los días no cuidándose las uñas, sino proveyendo de energía el universo. El juego que había que hacer era éste, ya que de otro modo Aristóteles no podía entrar en la cultura cristiana, y, si Aristóteles quedaba fuera, también quedaban fuera la naturaleza y la razón.
Juego difícil, porque los aristotélicos que Tomás encuentra cuando comienza su tarea han tomado otro camino. Camino que quizás a nosotros pueda agradarnos más, y que un intérprete propenso a los cortocircuitos históricos podría llegar a definir como materialista: aunque se trata de un materialismo muy poco dialéctico, más bien un materialismo astrológico, que molestaba un poco a todo el mundo, desde los custodios del Corán hasta los del Evangelio. El responsable había sido, un siglo antes, Averroes, musulmán por cultura, berberisco por raza, español por nacionalidad y árabe por lengua. Averroes, que conocía a Aristóteles mejor que nadie, había comprendido a qué llevaba la ciencia aristotélica: Dios no era un manipulador que se entremetía en todo acontecer. Había constituido la naturaleza en su orden mecánico y en sus leyes matemáticas, regida por la férrea determinación de los astros y, dado que Dios era eterno, eterno debía ser también el mundo en su orden. La filosofía se ocu pa del estudio de ese orden, es decir de la naturaleza, a la que todos los hombres pueden entender, pues opera en todos un mismo principio de inteligencia, ya que de lo contrario cada uno vería las cosas a su modo y no se podría entender nada. En este punto, la conclusión materialista era inevitable: el mundo es eterno, regido por un determinismo previsible, y si un único intelecto vive en todos los hombres, el alma individual inmortal no existe. Si el Corán dice una cosa diferente, el filósofo debe creer filosóficamente aquello que su ciencia le demuestra y luego, sin plantearse demasiados problemas, creer lo contrario que la fe le impone. Se trata de dos verdades y una no debe estorbar a la otra. Averroes lleva a conclusiones lúcidas lo que ya estaba implícito en un aristotelismo riguroso, y a esto se debe el éxito que obtuvo en París entre los maestros de la Facultad de Artes, en particular Siger de Brabante, a quien Dante coloca en el Paraíso junto a santo Tomás, aunque es justamente a santo Tomás a quien Siger debe el hundimiento de su carrera científica y su relegación a los capítulos secundarios en los manuales de historia de la filosofía.
El juego de política cultural que Tomás intentaba realizar es doble: por un lado hacer aceptar a Aristóteles por la ciencia teológica de su época, por otro, disociarlo del uso que hacían de él los averroístas. Pero en su intento, Tomás se enfrentaba con el handicap de pertenecer a una de las órdenes mendicantes, que a tan tenido la mala fortuna de poner en circulación a Gioacchino da Fiore y a otra banda de heréticos apocalípticos que resultaban peligrosísimos para el orden constituido, para la Iglesia y para el Estado. Con lo que los maestros reaccionarios de la Facultad de Teología, entre los que sobresalía el temible Guillaume de Saint-Amour, pusieron buen cuidado en afirmar que los hermanos mendicantes eran todos heréticos gioacchinistas: tanto era así que querían enseñar el pensamiento de Aristóteles, maestro de los materialistas ateos averroístas. Puede observarse que es el mismo juego de Gabrio Lombardo: quien quiere el divorcio es amigo de quien pide el aborto, y por tanto es partidario de la droga. Votad sí como el día de la creación. Tomás, por el contrario, no era ni un herético ni un revolucionario, era lo que se dice un «conciliador”. Para él se trataba de poner de acuerdo lo que era la nueva ciencia con la ciencia de la revelación, cambiarlo todo para que no cambiase nada.
Pero en ese proyecto demuestra un buen sentido extraordinario y (maestro de exquisiteces teológicas) un gran apego a la realidad natural y al equilibrio terrenal. Que quede claro que santo Tomás no aristoteliza el cristianismo, sino que cristianiza a Aristóteles. Que quede claro que jamás pensó que con la razón se pudiera comprender todo, sino que todo se comprende con la fe: sólo quiso decir que la fe no estaba en desacuerdo con la razón, y que por tanto aquí también podía permitirse el lujo de razonar, huyendo así del universo de la alucinación. Se comprende así por qué, en la arquitectura de sus obras, los capítulos principales sólo hablan de Dios, de los ángeles, del alma, de la virtud y de la vida eterna; pero, en el interior de estos capítulos, todo encuentra un lugar más que racional, «razonable». En el interior de la arquitectura teológico, puede entenderse por qué el hombre conoce las cosas, por qué su cuerpo está hecho de determinada manera, por qué tiene que examinar hechos y opiniones para poder decidir, y resolver las contradicciones sin ocultarlas, sino tratando de conciliarlas a plena luz. Con ello, Tomás restituye a la Iglesia una doctrina que, sin quitarle un ápice de su poder, deja a las comunidades la libertad de que decidan ser monárquicas o republicanas, y que distingue, por ejemplo, diferentes tipos y derechos de propiedad, y llega a decir que sí, que el derecho de propiedad existe, pero en cuanto a la posesión, no en cuanto al uso. Es decir, tengo derecho a poseer un inmueble en vía Tibaldi, pero, si hay personas que viven en barracas, la razón exige que yo consienta su uso a quien carece de vivienda (yo sigo siendo dueño del inmueble, pero los otros deben habitarlo, aunque no le guste a mi egoísmo). Y así por el estilo. Se trata de soluciones fundadas en el equilibrio y en esa virtud que Tomás llamaba «prudencia», cuyo cometido es «conservar la memoria de las experiencias adquiridas, tener el sentido exacto de los fines, la pronta atención a las coyunturas, la investigación racional y progresiva, la previsión de las contingencias futuras, la circunspección ante las oportunidades, la precaución ante las complejidades y el discernimiento ante las condiciones excepcionales.
Este místico, que no veía la hora de perderse en la contemplación beatífica de Dios a la que el alma humana aspira «por naturaleza», era también humanamente atento a los valores naturales y profesaba respeto por el discurso racional, y por ello logró su propósito.
No hay que olvidar que antes de él, cuando se estudiaba el texto de un autor antiguo, el comentador o el copista, cuando encontraban algo que no concordaba con la religión revelada, tachaban las frases «erróneas», o las señalaban dubitativamente para poner en guardia al lector, o bien las acotaban al margen. Tomás, en cambio, alineó las opiniones divergentes, aclaró el sentido de cada una, lo cuestionó todo, incluso los datos de la revelación, enumeró las objeciones posibles e intentó la mediación final. Todo debía hacerse en público, como pública era la disputatio en su época: entraba en funciones el tribunal de la razón.
Que después, leyéndolo bien, se evidencia que en cualquier caso el dato de fe prevalecía sobre cualquier otra cosa y guiaba el desarrollo de la cuestión, es decir, que Dios y la verdad revelada precedieran y guiaran el movimiento de la razón laica, ha sido puesto en claro por los más agudos y devotos estudiosos tomistas, como Gilson. Nadie ha dicho nunca que Tomás fuera Galileo. Tomás proporcionó simplemente a la Iglesia un sistema doctrinal que la puso de acuerdo con el mundo natural. Y lo logró en etapas fulgurantes. Las fechas son explícitas. Antes de él se afirmaba que «el espíritu de Cristo no reina donde vive el espíritu de Aristóteles», en 1210 todavía estaban prohibidos los libros de filosofía natural del filósofo griego, y la prohibición continuó en las décadas siguientes, mientras Tomás hacía traducir esos textos por sus colaboradores y los comentaba. Pero en 1255 Aristóteles dejó de estar prohibido. Muerto Tomás, como hemos visto, se intentó todavía una reacción, pero finalmente la doctrina católica acabó alineándose con las posiciones aristotélicas. El dominio y la autoridad espiritual de un Croce en medio siglo de cultura italiana no son nada frente a la autoridad que Tomás demostró al cambiar en cuarenta años toda la política cultural del mundo cristiano. Después de lo cual, se estableció el tomismo. Santo Tomás proporcionó al pensamiento católico un arsenal tan completo, en el que todo encuentra lugar y explicación, que desde entonces dicho pensamiento ya no aportará nada más. A lo sumo, con la escolástica de la contrarreforma, reelaborará el pensamiento de Tomás, restituyéndonos un tomismo jesuita, un tomismo dominico y hasta un tomismo franciscano en el que se mueven las sombras de Buenaventura, de Duns Escoto y de Ockham. Pero Tomás ya no podrá tocarse más. Aquello que en Tomás era ansia constructora de un sistema nuevo, en la tradición tomista se vuelve vigilancia conservadora de un sistema intocable. Allí donde Tomás ha derribado para volver a construir de nuevo, el tomismo escolástico trata de no tocar nada y realiza prodigios de equilibrio seudotomistas para hacer entrar lo nuevo dentro de la trama del sistema de Tomás. La tensión y el ansia de conocimiento, que el gordo Tomás poseía en grado máximo, se desplaza entonces a los movimientos heréticos y a la reforma protestante. De Tomás ha quedado el arsenal lógico, pero no el esfuerzo intelectual que supuso edificar una forma de pensamiento que era, entonces, verdaderamente «diferente».
Por supuesto, la culpa ha sido también suya, ya que fue él quien ofreció a la Iglesia un método para conciliar las tensiones y para englobar de manera no conflictiva todo aquello que no puede evitarse. Fue él quien enseñó a individualizar las contradicciones para después tratar de armonizarlas. Una vez cogida la costumbre, se pensó que, donde había una oposición entre sí y no, Tomás enseñaba a expresar un «ni». Sólo que Tomás lo hizo en un momento en el que decir «ni» no significaba detenerse, sino dar un paso adelante, y poner las cartas sobre la mesa.
Por lo que, ciertamente, es lícito preguntarse qué haría Tomás de Aquino si viviera hoy, pero es necesario responder que en cualquier caso no volvería a escribir una Suma Teológica. Su discurso se refería al marxismo, a la física relativista, a la lógica formal, al existencialismo y a la fenomenología. No comentaría a Aristóteles, sino a Marx y a Freud. Después cambiaría el método argumentativo, que se haría menos armónico y conciliador. Por último, se daría cuenta de que no podría ni debería elaborar un sistema definitivo, cerrado como una arquitectura, sino una especie de sistema móvil, una Suma de páginas sustituibles, ya que en su enciclopedia de las ciencias habría entrado la noción de provisionalidad histórica. No sabría decir si sería todavía cristiano. Pero démoslo por bueno. Estoy seguro de que participaría en la celebración del séptimo centenario de su muerte, sólo para recordar que no se trata ya de decidir cómo usar todavía lo que él pensó, sino de pensar otras cosas. 0 como máximo de aprender de él cómo hay que hacer para pensar con limpieza, como hombre de la propia época. Después de lo cual, no querría estar dentro de sus hábitos.
1974 Umberto Eco
Comentarios
Queria darte un fuerte abrazo y muchos besos.
Muchas gracias por apoyarme siempre!!