Con el pelo rojo de una niña
He aquí uno de los textos de Chesterton que más me gusta, se trata de la conclusión de su librito “Lo que está mal en el mundo” la cual he titulado para propósito de esta entrada “Con el pelo rojo de una niña” es sencillamente genial.
"Hace un tiempo algunos médicos y otras personas a las que la ley moderna autorizó a dictar normas a sus conciudadanos menos elegantes emitieron una orden que decía que había que cortar el pelo muy corto de las niñas pequeñas. Me refiero, naturalmente, a aquellas niñas pequeñas cuyos padres fueran pobres. Muchas costumbres antihigiénica son habituales entre las niñas ricas, pero pasará mucho tiempo antes que los médicos se metan con ellas. Ahora bien, la cuestión que provocó esta interferencia concreta fue que los pobres se encuentran tan presionados desde arriba, en submundos de miseria tan apestosos y sofocantes, que no se les debe permitir tener pelo, pues en su caso significa tener piojos. En consecuencia, los médicos sugieren suprimir el pelo. No parece habérseles ocurrido suprimir los piojos. Y, sin embargo, eso se podría hacer. Como suele ocurrir en muchas conversaciones modernas, lo innombrable es la base de toda la discusión. A cualquier cristiano (es decir, a cualquier hombre con un alma libre) le resulta evidente que cualquier coacción ejercida sobre la hija de un cochero debería ser aplicada, si es posible, sobre la hija de un ministro del gabinete. No preguntaré por qué los médicos no aplican de hecho su norma a las hijas de los ministros del gabinete. No preguntaré porque lo sé. No lo hacen porque no se atreven. Pero ¿qué excusa esgrimirán, qué argumento plausible utilizarán, para cortar el pelo de los pobres y no el de los ricos? Su argumento consistirá en decir que la plaga aparecerá más probablemente en el pelo de los pobres que de los ricos. ¿Y por qué? Porque los niños pobres se ven obligados (contra todos los instintos de las sumamente domésticas clases trabajadoras) a apiñarse en habitaciones pequeñas según un sistema de instrucción pública sumamente ineficaz, y porque en uno de cuarenta niños puede encontrarse el mal. ¿Y por qué? Porque el hombre pobre está tan por debajo de las grandes rentas de los grandes terratenientes que es frecuente que su mujer también tenga que trabajar. Por tanto no tiene tiempo para cuidar a los niños, y, por tanto, uno de cada cuarenta está sucio. Como el obrero tiene a esas dos personas encima de él, el terrateniente sentado (literalmente) sobre su barriga, y el maestro de escuela sentado (literalmente) sobre su cabeza, el obrero tiene que dejar que el pelo de su hijita, primero, sea descuidado por culpa de la pobreza, y, segundo, sea abolido en nombre de la higiene. Es posible que él estuviera orgulloso del pelo de su niña. Pero él no cuenta.
Sobre este sencillo principio (o, más bien, precedente), el médico sociólogo sigue adelante con alegría. Cuando una tiranía libertina pisotea a los hombres en el polvo hasta que se les ensucia el pelo, el camino de la ciencia queda expedito. Sería largo y laborioso cortar las cabezas de los tiranos; es más fácil cortar el pelo de los esclavos. Del mismo modo, si alguna vez llegara a ocurrir que los niños pobres, gritando del dolor de muelas molestaran a un maestro de escuela o un artístico caballero, sería fácil sacarles todos los dientes; si sus uñas estuvieran muy sucias, se les podría arrancar; si sus narices moquearan, se les podrían cortar. La apariencia de nuestros humildes conciudadanos podría simplificarse antes de que acabáramos con ellos. Pero todo esto no es peor que el hecho brutal de que un médico pueda entrar en la casa de un hombre libre, con una hija cuyo pelo puede estar más limpio que las flores de primavera, y ordenarle que se lo corte. Esa gente no parece darse cuenta de que la lección de los piojos de los suburbios es que lo que está mal son los suburbios, no el pelo. El pelo es, por así decirlo, una cuestión enraizada… en realidad sólo por instituciones eternas como el pelo podemos someter a instituciones pasajeras como los imperios. Si una casa está construida de manera que al entrar nos arranca la cabeza, es que está mal construida.
La plebe nunca puede rebelarse si no es conservadora, al menos lo bastante como para haber conservado alguna razón para rebelarse. En toda nuestra anarquía, lo más terrible es pensar que la mayor parte de los ataque librados en nombre de la libertad no podría librarse hoy día, debido al oscurecimiento de las limpias costumbres populares de las que procedían… Las grandes tijeras de la ciencia que cortarían los rizos de los pobre niñitos de las escuelas se acercan, cada vez más amenazantes, para cortar todas las esquinas y los flecos de las artes y los honores de los pobres. Pronto estarán retorciendo pescuezos para que se adapten a los cuellos limpios, y destrozando pies para que encajen en nuevas botas. No parecen darse cuenta que el cuerpo es más que vestimenta; de que el sábado se hizo para el hombre; de que todas las instituciones serán juzgadas y condenadas por no haberse adaptado a la carne y al espíritu normales. La prueba de la cordura política consiste en conservar la cabeza. La prueba de la cordura artística consiste en conservar el pelo.
Ahora bien, la parábola y el propósito de estas últimas páginas, y sin duda de todas ellas, es ésta: afirmar que debemos empezarlo todo de nuevo enseguida, y empezar por el otro extremo. Yo empiezo por el pelo de una niña. Sé que eso es buena cosa en cualquier caso. Cualquier otra es mala, pero el orgullo que siente una madre por la belleza de su hija es bueno. Es una de esas ternuras inexorables que son piedras de toque de toda época y raza. Si hay otras cosas en su contra, hay que acabar con esas otras cosas. Sí los terratenientes, las leyes y las ciencias están en su contra, habrá que acabar con los terratenientes, las leyes y las ciencias. Con el pelo rojo de una golfilla del arroyo prenderé fuego a toda la civilización moderna. Porque una niña debe tener el pelo largo, debe tener el pelo limpio; porque debe tener un pelo limpio, no debe tener un hogar sucio; porque no debe tener un hogar sucio, debe tener una madre libre y disponible; porque debe tener una madre libre, no debe tener un terrateniente usurero; porque no debe haber un terrateniente usurero, debe haber una redistribución de la propiedad; porque debe haber un redistribución de la propiedad, debe haber una revolución. La pequeña golfilla de pelo rojo dorado, a la que acabo de ver pasar junto a mi casa, no debe ser afeitada, ni lisiada, ni alterada; su pelo no debe ser cortado como el de un convicto; todos los reinos de la tierra deben ser destrozados y mutilados para servirla a ella. Ella es la imagen humana y sagrada; a su alrededor, la trama social debe oscilar, romperse y caer; los pilares de la sociedad vacilarán y los tejados más antiguos se desplomarán, pero no habrá de dañarse ni un pelo de su cabeza.”
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