Unas palabras sobre las alabanzas
¿Qué queremos decir cuando nos referimos a una pintura como “admirable”? evidentemente, no queremos decir que es admirada (aunque puede serlo), ya que miles de personas admiran obras malas y las buenas se pueden ignorar. Tampoco que merezca admiración en el sentido en el que un candidato merece una calificación alta por parte de los examinadores, pues no se comete una injusticia con un ser humano si no se le da un premio. El sentido en el que la obra “merece” o “reclama” admiración es más bien este: la admiración es la respuesta correcta o apropiada a ella; y que sino la admiramos, será que somos tontos, insensibles y grandes perdedores, pues nos habremos perdido de algo de valor. En ese sentido se puede decir de muchos objetos, tanto en la naturaleza como en el arte, que merecen, son dignos de, o reclaman admiración. (…)
(…) nunca había advertido que todo placer deriva espontáneamente en alabanzas hasta que (a veces incluso) la timidez o el miedo a aburrir a otros nos hace reprimirlas. El mundo se mueve gracias a la alabanzas, los amantes elogian a sus parejas, los lectores a sus poetas preferidos, los caminantes al paisaje, los jugadores a sus deportes favorito; se alaba el clima, los vinos, la comida, los actores, los motores, los caballos, las universidades, el campo, los personajes históricos, los niños, las flores, las montañas, los sellos raros, los escarabajos de especies infrecuentes, incluso a algunos políticos o eruditos. No me había dado cuenta de cómo las mentes más humildes, y al mismo tiempo más sensatas y capaces, alaban continuamente, mientras que los cascarrabias, los inadaptados y los descontentos alababan menos. De cómo los buenos críticos encontraban algo que elogiar en muchos libros imperfectos; y los malos continuamente constreñían la lista de libros que uno debería leer. El hombre sano y natural, aunque haya recibido una educación lujosa y tenga amplia experiencia en alta cocina, alabará una comida modesta; el desdeñoso y esnob le encontrará fallo a todo. Excepto cuando interfieran circunstancias adversas intolerables, los elogios parecen ser una muestra de salud interna en voz alta. Y no deja de ser así cuando, a pesar de la falta de destreza, las formas de su expresión sean zafias o ridículas. Bien sabe Dios que los poemas de alabanzas dirigidos a una amada terrenal son tan malos como nuestros peores himnos.1 Tampoco me había dado cuenta que, del mismo modo que los seres humanos alabamos espontáneamente lo que valoramos, con la misma espontaneidad urgimos a que otros se unan a nuestros elogios: ¿No es estupendo? ¿No fue increíble? ¿No lo ves magnifico? Los redactores de los Salmos, al pedirle a todo el mundo que alabe a Dios, está haciendo lo que hacemos todos al hablar de algo que nos importa.
Creo que nos gusta elogiar lo que disfrutamos porque la alabanza no solo expresa, sino que también completa el placer, es el reconocimiento de su consumación. Que los amantes se digan continuamente lo bellos que son no se debe aun cumplido, sino que su placer es incompleto hasta que se expresa. Es frustrante haber descubierto a un nuevo autor y no poder contarle a nadie lo bueno que es; encontrarse, al doblar una curva de carretera, con un valle montañoso de una grandeza inesperada y tener que guardar silencio porque quienes están contigo les importa menos que nada…
C.S. Lewis, Reflexiones sobre los salmos
1 Entiéndase cantos religiosos
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