SOBRE EL IRRACIONALISMO RETORNO DE UN PENSAMIENTO RELIGIOSO I/II
La reencarnación de ciertos héroes se presenta, como la versión pop de una serie de fenómenos más profundos y complejos bajo los que parece subyacer toda una tendencia: el retorno del pensamiento religioso. La reaparición del velo islámico nos devuelve a una visión teocrática de la vida social y política; masas de lemmings americanos corren a suicidarse en nombre de la felicidad ultraterrena; movimientos neomilenaristas invaden la provincia italiana, reaparece la Acción Católica , se renueva el prestigio del solio pontificio. Y junto a estas manifestaciones de religiosidad "positiva", ahí está la nueva religiosidad de los ex ateos, revolucionarios desencantados que se entregan a la lectura de los clásicos de la tradición, astrólogos, místicos, macrobióticos, poetas visionarios; lo neofantástico (ya no la fantaciencia sociológica sino los nuevos ciclos de Artu) y, en fin, no ya los textos de Marx y Lenin, sino oscuros textos de grandes intempestivos, posiblemente centroeuropeos frustrados, decididamente suicidas, que en su vida habían publicado nada, que habían destilado un solo manuscrito y aún incompleto, largamente incomprendidos porque escribían en una lengua minoritaria, enfrentados cuerpo a cuerpo con el misterio de la muerte y del mal, y que hubiesen despreciado francamente la acción humana y el mundo moderno.
Sobre estos elementos, sobre estas innegables tendencias, parece que los medios de comunicación de masas están erigiendo un montaje que repite el esquema sugerido por Feuerbach para explicar el nacimiento de la religión. El hombre, de algún modo, siente que es infinito, es decir, capaz de una voluntad ilimitada, capaz de quererlo todo. Pero también comprende que no es capaz de realizar lo que quiere, por lo que debe representarse un Otro (que posea en grado óptimo lo mejor de lo que él desea) y al cual delega la tarea de colmar el vacío existente entre lo que quiere y lo que puede. Es decir, los medios de comunicación de masas nos ofrecen por un lado los síntomas de una crisis de las ideologías optimistas del progreso: tanto de la positiva-tecnológica que quería construir un mundo mejor con el auxilio de la ciencia, como de la histórico-materialista que pretendía construir una sociedad perfecta por medio de la acción revolucionaria. Por otro lado, tienden a interpretar de un modo mítico el hecho de que estas dos crisis (que en muchos sentidos, son la misma crisis) se traduzcan en términos políticos, sociales, económicos, como retornó al orden, o como contención conservadora (piénsese en la parábola felliniana del director de orquesta). Los medios de comunicación de masas muestran por medio de otras alegorías el mismo problema y acentúan los fenómenos del retorno a la religiosidad. En ese sentido, mientras parecen actuar como un termómetro que se limitase a registrar un incremento de la temperatura, constituyen, en realidad, una parte importante del combustible que alimenta la caldera. En efecto, sería más bien ingenuo hablar de un desquite de las formas religiosas institucionales. De hecho, dichas formas no habían desaparecido: piénsese simplemente en cierto asociacionismo católico juvenil. Lo único que pasaba era que en un panorama de opinión pública, en el que se podía hablar de una completa marxistización de la juventud, a los que no eran marxistas les resultaba muy difícil afirmarse como fuerza organizada capaz de encontrar un cierto eco. Igualmente, el éxito de la imagen paternalista del nuevo Papa parece más bien el proceso espontáneo de reforzamiento de las imágenes simbolizadoras de la autoridad en un momento de crisis de las instituciones, que, no un fenómeno religioso nuevo.
A fin de cuentas, quien creía sigue creyendo, y quien no cree se adapta, se hace el democristiano cuando es la DC la que le promete un puesto en el Ayuntamiento o flirtea con el compromiso histórico cuando le parece que el PCI le puede asegurar un puesto en el Parlamento. Pero a propósito de estos fenómenos, es preciso distinguir entre la religiosidad institucional y el sentimiento de lo sagrado. El libro recientemente editado por Franco Ferraroti, Forme del sacro in un'epoca di crisi, establece esta importante distinción: el hecho de que la frecuencia de los sacramentos estuviese en crisis, no significa que también lo estuviese el sentimiento de lo sagrado. Las formas de religiosidad personal concretadas en los movimientos posconciliares, se han manifestado en el mismo decenio en que los periódicos nos hacían pensar que la sociedad se había secularizado completamente.
Y los movimientos neomilenaristas han estado creciendo constantemente en las dos Américas y hoy emergen vistosamente en Italia por razones conectadas con el choque entre las sociedades industriales avanzadas y el subproletariado marginal. Finalmente, forma parte de esta vicisitud de lo sagrado incluso el neomilenarismo ateo, o bien el terrorismo, que lleva consigo la reaparición, esta vez de un modo violento, de un componente místico, de la exigencia de un testimonio de dolor, del martirio, de un purificador baño de sangre. En pocas palabras, todas estos fenómenos, pero no forman parte del montaje, a la moda, del "reflujo". Como máximo, encubren, en el mismo momento en que se ponen pintorescamente en evidencia, una serie de hechos realmente nuevos que más bien están en relación con el renacer del conservadurismo a nivel político.
Umberto Eco. Sobre el Irracionalismo. Retorno de un Pensamiento Religioso.
Zona Erógena. Nº 3. 1991.
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