La gran tienda

Dos veces en mi vida me ha dicho un director literalmente que no se atrevería a imprimir lo que yo había escrito porque ofendía a los que publicaban anuncios en su periódico. La presencia de semejante presión existe en todas partes bajo una forma más silenciosa y sutil. Pero tengo un gran respeto por la franqueza de este particular director, porque evidentemente era de una máxima franqueza posible para el director de una revista semanal. Dijo la verdad acerca de la falsedad que tenía que decir.

En ambas ocasiones me negó la libertad de expresión porque decía yo que las tiendas que ponían anuncios y las grandes tiendas eran en realidad peores que las pequeñas tiendas. Puede resultar interesante señalar que esta es una de las cosas que ahora le está prohibido decir a un hombre, quizá la única cosa que le está prohibido decir. Si se hubiera tratado de un ataque al gobierno se hubiera tolerado. Si se hubiese sido un ataque a Dios hubiera sido respetuosa y atinadamente aplaudido. Si se hubiese tratado de injuriar al matrimonio, o el patriotismo, o la honestidad pública hubieran anunciado en los titulares y se me hubiera permitido extenderme en los suplementos del domingo. Pero no es probable que un gran periódico ataque a la gran tienda, puesto que él mismo es a su modo una gran tienda y cada vez más un monumento al monopolio.

Extracto del libro Los límites de la cordura, el distributismo y la cuestión social. Por G. K. Chesterton

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